miércoles, 31 de enero de 2018

Mi querida bicicleta, MIGUEL DELIBES







—Pero es que no me sé bajar.
—Eso es bien fácil, hijo. Dejas de dar pedales y pones el pie del lado que caiga la bicicleta.
Me alejaba otra vez. Sorteaba el cenador, topaba con la casa, giraba ahora a la izquierda, recorría el largo trayecto junto a la tapia hastaalcanzar el fondo del jardín para retornar al paseo central. Mi padre iba ya caminando lentamente hacia el porche:
—Es que no me atrevo. ¡Párame tú! —confesé al fin.
Las nubes sombrías nublaron mi vista cuando oí la voz llena de mi padre a mis espaldas:
—Has de hacerlo tú solo. Si no, no aprenderás nunca. Cuando sientas hambre subes a comer.
Y allí me dejó solo, entre el cielo y la tierra, con la conciencia clara de que no podía estar dándole vueltas al jardín eternamente, de que en uno u otro momento tendría que apearme, es más, con la convicción absoluta de que en el momento en que lo intentara me iría al suelo. En las enramadas se oían los gorjeos de los gorriones y los silbidos de los mirlos como una burla, mas yo seguía pedaleando como un autómata, bordeando la línea de la tapia, sorteando las enredaderas colgantes de laspérgolas del cenador.
¿Cuántas vueltas daría? ¿Cien? ¿Doscientas? Es imposible calcularlaspero yo sabía que ya era por la tarde.Oía jugar a mis hermanos en el patio delantero, las voces de mi madre preguntando por mí, las de mi padre tranquilizándola, y persuadido de que únicamente la preocupación de mi madre hubiera podido salvarme, fui adquiriendo conciencia de que no quedaba otro remedio que apearme sin ayuda, de que nadie iba a mover un dedo para facilitarme las cosas, incluso tuve un anticipo de lo que había de ser la lucha por la vida en el sentido de que nunca me ayudaría nadie a bajar de una bicicleta, de que en este como en otros apuros tendría queingeniármelas por mí mismo.
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— ¿Sabes? ¡Juan ha ganado a los federados! ¡Les ha dejado con un palmo de narices!
La plaza era un clamor. Los muchachos federados, que aún no habían salido de su asombro, cambiaban impresiones con sus fans,organizaban cabizbajos el regreso a Burgos, mientras mi hijo, achuchado por la multitud, era la viva estampa del vencedor. Pero cuando, tras ímprobos esfuerzos, logré aproximarme a él y le animé a que se sentara en el banco corrido de los soportales, se señaló las piernas(unas piernas tensas, rígidas, los músculos anudados aún por el esfuerzo) y me dijo confidencialmente:
Espera un poco; si me muevo ahora me caigo.

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