El pasado 28 de abril completé mi primera maratón de la Orbea Monegros, la cual alcanzaba su 18ª edición.
117’7 kms y 1149
metros de desnivel pedaleando por un terreno rodador, pistero, alternando zonas
de huerta, secano y sierra y recorriendo Jubierre, en cuyo valle, el valle de
la Muerte, los tozales Solitario, Colasico y de la Cobeta forman caprichosas
siluetas de piedra y lodo que convierten este paraje en una geografía única.
La climatología con la lluvia de
los días precedentes nos tuvo en vilo a todos los participantes, amenazando
incluso la previsión del día de la prueba con más lluvia. Finalmente, no hizo
acto de presencia, sí algo de viento, más notorio en los últimos 20 kilómetros.
Además en el primer tercio de la etapa, hubo que sortear o cruzar alguna
zona de barro y charcos, restos de la semana y del día anterior. Como anécdota en uno de estos
charcos, el grupo que me precedía empezó a pararse y un vasco con su acento, se
puso a gritar de buen rollo, que si ahora íbamos a tener miedo al barro, jeje.
Yo decidí pasar por el medio de uno de dichos charcos y a partir de ahí, ya
sucio, no me importó hacerlo un poco más.
Aunque inicié la etapa con dos
compañeros, Javi y Víctor, no tardé en proseguir en solitario, ellos se lo
tomarían con algo más de calma. Salimos desde el cajón de Towcar, es decir por
detrás de los VIP’s, encabezados por Aleix Espargaró, motociclista pero gran
aficionado a la bici y en gran forma, tanto que acabó 10º, y detrás del cajón
de Orbea. No estábamos situados mal del todo.
En la primera subida importante,
la mayor del día, la que subía al Alto de Piedrafita, se notaba la
aglomeración de corredores y por causas ajenas me vi obligado a poner el pie en
un par de ocasiones.
En esta parte de la aventura, aún
adelantaba a más gente en proporción que los que lo hacían a mí. Iban pasando
los kilómetros y aunque siempre rodeado por otros bikers, había más espacios que al principio, me sorprendió
gratamente.
No fue hasta el avituallamiento
del kilómetro 90 cuando paré brevemente, un trozo sandía, unos frutos secos, un
powerade... y no mucho más, y a seguir.
A partir de aquí, empecé a notar
el lastre de los kilómetros, algo de viento en contra que al menos a mí me
complicó las pedaladas y así fue como ahora en este tramo me adelantaron más que lo
hacía yo.
En mi mente, conseguir llegar antes de 5 horas, para conseguir el
diploma de oro. Iba al límite de mis fuerzas, los pequeños repechos ya se me
hacían un mundo, calambres por medio, y no pudo ser. Y eso que a falta de 10
kilómetros tomé mi cuarto gel buscando esa energía extra. Al final me sobraron
56 malditos segundos. Paré mi crono en 5 horas 56 segundos, con una media de prácticamente 24 km/h, lejos de las de los ganadores a 31-32 km/h, qué locos, jeje.
Es la única espinita que guardo,
excusa para volver otro año.
Para más información, visitar la web de la carrera haciendo clic aquí.
Nos vemos en los caminos
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